Conectados

Estar conectados. A todos nos gusta, en mayor o menor medida. Y todos, o la mayoría de nosotros como seres sociales que somos coincidimos en que esta es una de las grandes ventajas de haber nacido en la era de la tecnología: podemos estar conectados.

Porque quién sería el bicho raro que no querría vivir expuesto las 24 horas a la opinión de los demás. Quién sería tan bobo de no querer compartir con todos sus contactos (que no amigos) lo que está haciendo en todo momento desde que se levanta hasta que se acuesta.

Y es que teniendo esta oportunidad al alcance de un botón, ¿Quién sería tan tonto como para no aprovecharla?

Siempre he pensado que la mayoría de los avances tecnológicos no buscan otra cosa que reducir el esfuerzo que realizan las personas. O dicho en otras palabras, estamos creando máquinas no sólo capaces de actuar por nosotros si no, y más preocupante, pensar por nosotros.

Y como los seres cada vez más vagos, cada vez más bobos, en los que (me incluyo) nos estamos convirtiendo, simplemente aceptamos este cambio. Aceptamos como normal, e incluso deseable, todos los avances que las nuevas tecnologías y en concreto, las redes sociales, ponen al alcance de nuestra mano (literalmente).

Aceptamos que, cada día más redes sociales se sumen a la moda del “snapchating” a la que la mayoría, si no todos, acabamos sucumbiendo. Y lo hacemos, simplemente, porque podemos. Porque nos lo ponen fácil, y porque, por qué no decirlo, estamos demasiado ocupados como para plantearnos si esto que nos proponen no es, más que un avance, una verdadera idiotez.

Para plantearnos que en vez de facilitarnos la vida nos están animando a realizar publicaciones absurdas que a las 24 horas desaparecen, sin otro fin que enseñarle a todo el mundo todo lo que hacemos desde primera hora del día hasta irnos a la cama (por muy poco interesante que resulte).

Y no sólo eso, nos obligan de una forma a ser partícipes de todo lo que hacen los demás, a caer en la tentación de presionar un globito y poder comprobar que tu tía maria luisa ha terminado de hacer la colada y se dispone a preparar un flan de huevo de cuya existencia no habrías tenido ni idea si no existiera este bendito invento de las redes sociales. Una pena.

Pero lo que me preocupa, y cada día más, es que toda esta parafernalia podría resultar inofensiva si no fuera porque hay gente, mucha gente, que deja de verlo como una simple herramienta de comunicación y empieza a vivir por y para la imagen que los demás tengan de ellos a través de las redes (que casi nunca o pocas veces coincide con la de la vida real).

El problema aparece justamente cuando dejamos de disfrutar los momentos y toda nuestra energía deja de emplearse en exprimirlos al máximo, para pasar a poner todo nuestro empeño en captar la mejor instantánea, grabar el mejor de los vídeos, y asegurarnos de que todos nuestros contactos puedan ver lo bien que lo pasamos, dejando en segundo plano la importancia de si realmente lo estamos pasando bien.

Porque eso qué más da. Y es que, si los demás creen que soy feliz, si doy la imagen de que mi vida es estupenda, ¿Qué importancia tiene que lo sea en realidad?

Así que piénsalo. Piensa cuantos momentos reales te estás perdiendo por crear una vida de mentira, piensa qué sentido tiene dejar de hacer las cosas para ti, para acabar viviendo por y para los demás. Por y para la imagen que les das a través de una pantalla. 


Piensa qué sentido tiene dejar que te arrastre esta corriente, y permitir al final que poco a poco tu vida se convierta en un continuo esfuerzo por no dejar ni un momento de estar, como todos, conectado.


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