22

Tengo 22 años y ninguna idea sobre cómo será mi futuro.

No. No tengo pensado, aún, dónde viviré en 5 años ni con quién. Y mucho menos en diez.

No sé, si me apuras, ni qué será de mi en unos meses. Con qué me habrá sorprendido la vida (porque sí, tengo 22 años y deseo con todas mis fuerzas que la vida tenga aún muchas, muchas sorpresas preparadas para mí).

Porque he decidido no vivir como si tuviera que tener ya planeado cada minuto del resto de mi vida. Como si tuviera que tener hechos ya hasta el último de mis planes. Como si dejar algo al destino, a la improvisación, como si esperar que llegue todo lo inesperado que tenga que llegar, fuera de verdad una locura.

Pero me niego, simplemente me niego, a tener que seguir oyendo a personas que creen que hay algo mal en mi por elegir no amargarme el presente pensando en el futuro. Ni a las que me transmiten la lástima que sienten por el hecho de que yo, como ellos, no tenga ya previsto qué narices será  de mi cada día del resto de mi vida.

Y es que resulta que no. No lo tengo previsto, y no me preocupa. Incluso diría que lo disfruto. Disfruto de vivir sin planes mas allá de mañana por la tarde.







Porque igual no es ninguna locura. Igual los locos son los que se obsesionan con tenerlo todo bajo control antes de lo necesario. Los que pretenden tener la vida resuelta a una edad a la que aún no han descubierto ni la mitad de cosas increíbles que quedaban por llegar.

Y puede que nunca las descubran, puede que quien no se deja sorprender, quien no sabe dejarse llevar, se acabe perdiendo los mejores momentos de su vida. 


Así que lo acepto. Que me llamen loca, que sientan lástima, que intenten cambiarme. Porque elegiré siempre serlo, mientras esto signifique que puedo vivir sin prisa, elegir no adelantarme, disfrutar de cada etapa, y ser feliz haciendo lo que siempre mejor se me ha dado: dejarme llevar.

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